Lienzo para la vida
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Lienzo para la vida

En mi familia tenemos un ejemplo de emprendimiento del que siempre me he sentido muy orgulloso. Cuando mis papás se casaron, en el año 1952, mi abuelo materno había decidido venirse a vivir a Bucaramanga. Mi papá tomó la decisión de venirse con mi mamá a la Ciudad Bonita, como le dicen a Bucaramanga, a ejercer su amada medicina, a construir su familia, y esa decisión cambió nuestra vida… para bien, lógicamente.

Mi familia materna tiene una historia muy relevante en la historia política del país que, aun cuando no voy a abordar en este momento, creo pertinente mencionar para contextualizar. Mi abuelo era un hombre muy decidido, persistente, coherente, estricto y, al mismo tiempo, inmensamente tierno y bondadoso. Mi abuela también era estricta (aunque no tanto), muy cariñosa y absolutamente generosa en todo sentido, en particular con su tiempo, que es valiosísimo porque el tiempo es vida.

¿A qué nos dedicamos en la vida?
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¿A qué nos dedicamos en la vida?

Antes de contestar esta pregunta, sería conveniente preguntarnos primero cuál es nuestro principal propósito en la vida. ¿Ser felices? ¿Servir? ¿Producir? ¿Trabajar? ¿Procrear? Lo cierto es que esta pregunta puede tener miles de posibles respuestas y solo cada uno de nosotros la puede contestar.

Independientemente de cuál sea ese propósito, nuestra vida y nuestra cotidianidad se componen de una serie de emprendimientos. Emprendemos cuando iniciamos un proyecto académico, deportivo, cultural, político, artístico o empresarial. Incluso organizar un asado para el fin de semana siguiente podría considerarse como un emprendimiento.

El arte de dar y de recibir
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El arte de dar y de recibir

¿Será más fácil ayudar a alguien o recibir ayuda de alguien?

Probablemente, la respuesta dependa de cuál ha sido nuestra realidad.

Yo tuve dos tíos paternos, que fueron muy solidarios entre ellos toda la vida. El mayor de ellos se llamaba José Víctor y era un abogado con una forma de ser muy alegre; era una especie de cajita de música, como dirían por ahí. El segundo hermano era Jorge, también abogado y con un amor insaciable por la lectura. El tercero era mi papá, un médico cirujano enamorado de su profesión, que pienso que era un punto intermedio entre sus dos hermanos; era de pocas palabras, muy bueno para escuchar y dar consejos concretos. Los tres fueron padres, esposos, miembros de familia y profesionales muy exitosos en sus carreras. Cada uno de ellos tuvo seis hijos.

La dicotomía del control
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La dicotomía del control

Ya les comenté que la filosofía estoica maneja un concepto muy poderoso que se llama la dicotomía del control, según el cual, básicamente, debemos ser capaces de diferenciar entre lo que podemos controlar y lo que no. Incluso va más allá y propone que debemos lograr la tranquilidad interior y la eficacia exterior. La primera, llamada ataraxia, consiste en lograr la tranquilidad, y la segunda consiste en alcanzar nuestros objetivos. Si analizamos estos conceptos, nos damos cuenta de que lo que proponen los estoicos es que podemos vivir tranquilos y lograr nuestras metas si somos capaces de diferenciar lo que controlamos y lo que no, y actuamos en consecuencia.

Rodeémonos de personas que nos ayuden a crecer
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Rodeémonos de personas que nos ayuden a crecer

Muchas conversaciones generan una alta dosis de responsabilidad y compromiso, particularmente cuando hablamos de temas trascendentales, ya que nuestras opiniones se convierten para nuestros contertulios en expectativas sobre nosotros, sobre nuestra forma de pensar y de actuar. En este sentido, la elocuencia puede ser una poderosa herramienta para lograr nuestros objetivos o convertirse en una peligrosa arma de doble filo. 

¿De qué depende nuestro destino? 
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¿De qué depende nuestro destino? 

Mahatma Gandhi pronunció unas palabras que durante muchos años las consideré una brillante forma de vivir. Él decía que debemos cuidar nuestros pensamientos porque se convertirán en nuestras palabras, debemos cuidar nuestras palabras porque se convertirán en nuestros actos, debemos cuidar nuestros actos porque se convertirán en nuestros hábitos, y que nuestros hábitos labrarán nuestro destino. Aplicando la ley asociativa: lo que pienses labrará tu destino.

La economía y el valor real de las cosas
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La economía y el valor real de las cosas

En los años ochenta, las marcas de relojes más deseadas por los jóvenes de aquella inolvidable época en mi natal Bucaramanga eran, hasta donde yo recuerdo, Swatch, Casio y Timex. Obviamente, existían otras muy buenas también, como Tag Heuer, Omega, Cartier o Rolex, pero no recuerdo que mi generación le diera tanto valor a la marca. Yo creo que para nosotros el valor de un reloj tenía una relación más directa con su valor intrínseco, o sea, que valorábamos el hecho de que el reloj sirviera no solo para darnos la hora correctamente, sino también como un accesorio que complementaba nuestra vestimenta.

Démosle sentido a la vida

Démosle sentido a la vida

Mi papá solía decir que el lugar más feliz del mundo era la sala de cirugía. Tales palabras, viniendo de un médico cirujano, representan una profunda pasión y un gran amor por su trabajo. Esto, a su vez, representa normalmente una altísima calidad en el ejercicio de su profesión y una verdadera vocación de servicio. En el caso de mi señor padre, ese era exactamente el caso.

Felicidad integral colectiva

Felicidad integral colectiva

Hay un concepto que yo llamo felicidad integral colectiva, que se lo debo a Una mente brillante, Premio Óscar a la mejor película de 2001, dirigida por Ron Howard.

En este drama biográfico, Russell Crowe interpreta al genio matemático John Forbes Nash, quien padeció durante buena parte de su vida de esquizofrenia paranoide, una enfermedad que lo hacía ver amigos imaginarios e incluso hablar con ellos. En la universidad, Nash tenía un grupo de amigos con el que iban con frecuencia a un bar, con la noble intención de buscar novia.

Coherencia: seamos lo que esperamos que sean los demás
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Coherencia: seamos lo que esperamos que sean los demás

Desde que tengo uso de razón, he escuchado a muchas personas (hombres y mujeres por igual) hablar de lo difícil que es el matrimonio; unos en chiste y otros con total seriedad y convicción.

De hecho, cuando yo tenía unos treinta años, en una reunión familiar en la casa de mis papás, situada en un barrio en las afueras de Bucaramanga llamado Lagos del Cacique, alguien me preguntó cuándo me pensaba casar. Recuerdo que estábamos en una reunión muy divertida y la pregunta tenía un tono que combinaba trascendentalismo y algo de humor. Mi respuesta no requirió mucho análisis, simplemente contesté: “¿Cuál es el afán? La verdad, sigo pensando que no tiene ningún sentido casarse joven a sabiendas de que para la mayoría de las personas el matrimonio no es para nada fácil”.