La solución a ese problema
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La solución a ese problema

Aquí es donde nuestra creatividad y nuestros conocimientos entran en juego. Ya sabemos que hay un problema real, que numerosas personas tienen ese inconveniente y que muchas de ellas están dispuestas a pagarnos por darles la solución. Ahora el reto es diseñar una solución que sea la que esas personas desean, que tengamos la capacidad de ejecutarla y que el precio que están dispuestas a pagar por ella nos permita ser rentables.

El mercado o las personas que tienen ese problema
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El mercado o las personas que tienen ese problema

Volviendo a nuestro ejemplo, es posible que un alto número de personas de una ciudad o de un país puedan beneficiarse de tener una estrategia en su vida y en sus proyectos. En este caso, el mercado objetivo puede ser muy grande, lo que hace necesario segmentarlo o dividirlo en grupos más pequeños. Podemos segmentar de varias formas: por datos demográficos, como el género o la edad, o también por datos geográficos o conductuales, por ejemplo.

Lo cierto es que no podemos —ni debemos— hablarles a todas las personas en la misma forma. Por ejemplo, convencer a un estudiante de ingeniería de la importancia de tener una estrategia es muy diferente de convencer a un aspirante a futbolista, a artista o a abogado. Igual, no es lo mismo hablarle a un hombre que a una mujer, o a una persona joven que a una adulta.

El problema que consideramos una oportunidad de negocio
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El problema que consideramos una oportunidad de negocio

Partamos de una premisa, que posiblemente la mayoría de las personas creemos correcta: solo las empresas que les solucionan problemas a sus clientes consiguen sobrevivir y crecer.

El problema que yo consideré que era una oportunidad de negocio es que la mayoría de las personas desarrollan sus proyectos basándose más en la intuición que en una estrategia.

Como había que validar que este problema fuera real, encuestamos a 450 personas, a las que les preguntamos si les parecía necesario recibir apoyo de un experto en estrategia y en gerencia para desarrollar sus proyectos de vida o empresa. El resultado no fue lo que esperábamos, porque el 94 % de los encuestados expresó que pensaba que no le hacía falta ese apoyo en estrategia y en gerencia.

Lienzo para la vida
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Lienzo para la vida

En mi familia tenemos un ejemplo de emprendimiento del que siempre me he sentido muy orgulloso. Cuando mis papás se casaron, en el año 1952, mi abuelo materno había decidido venirse a vivir a Bucaramanga. Mi papá tomó la decisión de venirse con mi mamá a la Ciudad Bonita, como le dicen a Bucaramanga, a ejercer su amada medicina, a construir su familia, y esa decisión cambió nuestra vida… para bien, lógicamente.

Mi familia materna tiene una historia muy relevante en la historia política del país que, aun cuando no voy a abordar en este momento, creo pertinente mencionar para contextualizar. Mi abuelo era un hombre muy decidido, persistente, coherente, estricto y, al mismo tiempo, inmensamente tierno y bondadoso. Mi abuela también era estricta (aunque no tanto), muy cariñosa y absolutamente generosa en todo sentido, en particular con su tiempo, que es valiosísimo porque el tiempo es vida.

¿A qué nos dedicamos en la vida?
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¿A qué nos dedicamos en la vida?

Antes de contestar esta pregunta, sería conveniente preguntarnos primero cuál es nuestro principal propósito en la vida. ¿Ser felices? ¿Servir? ¿Producir? ¿Trabajar? ¿Procrear? Lo cierto es que esta pregunta puede tener miles de posibles respuestas y solo cada uno de nosotros la puede contestar.

Independientemente de cuál sea ese propósito, nuestra vida y nuestra cotidianidad se componen de una serie de emprendimientos. Emprendemos cuando iniciamos un proyecto académico, deportivo, cultural, político, artístico o empresarial. Incluso organizar un asado para el fin de semana siguiente podría considerarse como un emprendimiento.

¿De qué depende nuestro destino? 
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¿De qué depende nuestro destino? 

Mahatma Gandhi pronunció unas palabras que durante muchos años las consideré una brillante forma de vivir. Él decía que debemos cuidar nuestros pensamientos porque se convertirán en nuestras palabras, debemos cuidar nuestras palabras porque se convertirán en nuestros actos, debemos cuidar nuestros actos porque se convertirán en nuestros hábitos, y que nuestros hábitos labrarán nuestro destino. Aplicando la ley asociativa: lo que pienses labrará tu destino.

Coherencia: seamos lo que esperamos que sean los demás
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Coherencia: seamos lo que esperamos que sean los demás

Desde que tengo uso de razón, he escuchado a muchas personas (hombres y mujeres por igual) hablar de lo difícil que es el matrimonio; unos en chiste y otros con total seriedad y convicción.

De hecho, cuando yo tenía unos treinta años, en una reunión familiar en la casa de mis papás, situada en un barrio en las afueras de Bucaramanga llamado Lagos del Cacique, alguien me preguntó cuándo me pensaba casar. Recuerdo que estábamos en una reunión muy divertida y la pregunta tenía un tono que combinaba trascendentalismo y algo de humor. Mi respuesta no requirió mucho análisis, simplemente contesté: “¿Cuál es el afán? La verdad, sigo pensando que no tiene ningún sentido casarse joven a sabiendas de que para la mayoría de las personas el matrimonio no es para nada fácil”.

El propósito: la insensatez de solo pensar en los resultados
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El propósito: la insensatez de solo pensar en los resultados

Mi vida profesional siempre ha girado alrededor de la estrategia, la gerencia, la tecnología y el mercadeo. En mi caso, lo que me ha permitido mantenerme motivado ha sido que realmente siento una gran pasión por estos cuatro temas. Decidí emprender desde muy joven, sin mucha experiencia y con la soberbia y la estupidez dignas de la juventud, pero no me quejo de los resultados. Durante este tiempo al frente de la empresa ha habido buenos momentos y otros no tan buenos, pero todos me han dejado algún tipo de enseñanza. Con los años aprendí que cometer errores es inevitable (incluso necesario) a cualquier edad, pero lo que sí podemos evitar es cometer el mismo error varias veces.