De todo lo expuesto en este libro se puede concluir, por sobre todas las cosas, que nadie puede decirnos cómo vivir nuestra vida. No se trata de qué es correcto o no, simplemente es una decisión personal. Cada uno decide en qué forma desea vivir, a qué se quiere dedicar, qué ansía lograr, qué tipo de persona quiere ser, etc. Aquí recurro a una frase de mi señor padre que ya mencioné: “Nuestra única obligación en la vida es ser felices, sin hacer daño a nadie”. Y la verdad, creo que de eso se trata: ser feliz, amar, reír, soñar y vivir sin molestar a nadie.

¿Qué hace que la vida valga la pena?

Como dirían por ahí, ¡esta es la pregunta del millón! Ante todo, quiero aclarar que yo pienso que, sin ninguna duda, la vida vale la pena. Todos tenemos experiencias diferentes desde nuestra niñez hasta nuestra vejez. Para algunas personas, los recuerdos de la niñez son muy felices; en mi caso, el mejor plan del mundo en esa época era jugar con mis amigos de la cuadra (la 35, como aún la llamamos cariñosamente). Para otros, como mi papá, la niñez representó momentos difíciles que lo obligaron a forjar su carácter desde muy joven.

Esto no significa que yo no hubiera vivido momentos difíciles y tristes en mi infancia, o que mi papá no hubiera tenido momentos alegres en su niñez. Lo que implica es que vivimos experiencias diferentes, que nos dejaron enseñanzas diferentes. Lo importante es que los momentos de felicidad, de comodidad, e incluso de lujos, no nos conviertan en personas insensibles, y que, con el paso del tiempo, seamos conscientes de lo afortunados que fuimos o que somos de tener esa vida y de tener esos recuerdos. Así mismo, es clave que los momentos duros y difíciles no se conviertan en motivo de odio o resentimiento.

Esto me lleva a concluir algo fundamental para mí: la vida vale la pena vivirla si nuestra ecuación de felicidad nos muestra que nuestra propia felicidad depende en parte de quienes nos rodean, que esta felicidad aumentó con el paso de los años y que, a su vez, nosotros también ayudamos a nuestros seres queridos a lograr su propia felicidad. Podríamos remplazar la palabra felicidad por bienestar, entendiendo que debemos aprender a estar bien incluso cuando estemos pasando por momentos difíciles. Esta es otra forma de expresar el concepto de felicidad integral colectiva. En las primeras páginas del libro hablamos de la importancia de ser virtuosos, de tener un propósito en la vida y de tener una pasión, de poder convertir esa pasión en una actividad que nos permitiera ser económicamente viables; así mismo, hablamos de tener metas, objetivos y planes de acción para lograr nuestro propósito, así como de contar con herramientas para poder ejecutar adecuadamente dichos planes. A esto, con apenas algunas diferencias, los estoicos lo llamaban —ya hace más de 20 siglos— tener una filosofía de vida. Podría decirse que este párrafo es un resumen de la esencia de Vamos pa’lante. Y me atrevo a afirmar que la palabra clave es la virtud.

Por fortuna, soy muy consciente de los errores que he cometido en la vida —y la verdad es que han sido bastantes—, así como también de haber obrado correctamente muchas veces. Creo que, en términos generales, la ecuación de mi vida me da un balance favorable. Me alegra saber que logré aprender de mis errores, incluso de los errores que cometí mucho antes de tener esta habilidad de retroalimentarme o de aprender de mis errores y aciertos, lo que me ha permitido conocerme mejor, entender mis motivaciones y tomar mejores decisiones.

Como seres humanos, debemos aprender a negociar nuestras prioridades, lo cual es especialmente difícil cuando somos jóvenes. Es muy probable que, en la mayoría de las situaciones que debamos enfrentar a lo largo de nuestra existencia, sepamos muy bien lo que tenemos que hacer, o sea, lo que es correcto. Es muy probable que muchas veces, conscientemente, no hubiéramos hecho lo correcto porque nos pareció más fácil tomar otra opción. Pero también es muy probable que se presenten situaciones en las que realmente no sepamos qué hacer, que tengamos conflictos de intereses o que, simplemente, estemos confundidos. La verdad es que resulta bastante complicado prepararse para afrontar y superar estas circunstancias, por lo que lo mejor es confiar en nuestros instintos.

En mi caso personal, en muy pocas ocasiones me vi en esa situación; normalmente sabía qué debía hacer o decir, aunque muchas veces decidí hacer lo contrario. Lo ideal es llegar a un punto en el que la toma de decisiones no sea cuestión de prioridades sino de valores, que es donde entra en juego la virtud: hacer lo correcto por el simple hecho de ser lo correcto.

Creer y saber que todo va a estar bien

Henry Ford decía: “Tanto si crees que puedes hacerlo como si no, en los dos casos tienes razón”. Todo lo que ha creado la humanidad fue, alguna vez, una idea o un sueño de alguien. Es más, muy seguramente, la mayoría de esas ideas eran consideradas por los demás un sueño imposible de hacer realidad. A muchos de los grandes inventores, empresarios, deportistas o artistas los tildaron de ilusos y, en algunos casos, hasta de locos, por lo que cabría preguntarse lo siguiente: ¿cuántas personas con ideas o sueños geniales perdieron la fe en lo que soñaban por el negativismo que las rodeaba? Y más importante aún: ¿a nosotros nos ha pasado?

Creer en lo que hacemos es un requisito indispensable para conseguir lo que nos proponemos. Incluso en los momentos en los que nos sentimos desanimados, debemos creer, llenarnos de argumentos que nos reconforten. Podemos, por ejemplo, acudir a nuestra lista de fortalezas y oportunidades, a leer biografías o historias de personas que nos inspiran, hablar con familiares o amigos que creen en nosotros, ver películas que nos levanten el ánimo, escuchar música o, simplemente, realizar cosas que nos hagan sentir bien.

Con el paso del tiempo vamos conociéndonos cada vez mejor, lo cual nos permite aprender a adaptarnos a las circunstancias que se van presentando. Y sí, podemos cambiar con los años. Es más, debemos hacerlo. Yo he aprendido que cada vez me gustan más las personas, actividades y cosas que son de mi agrado y que cada vez me gustan menos las que no me agradan. Por ejemplo, desde hace un tiempo, la decisión de si hago o no alguna actividad depende de varios factores:

  • ¿Me voy a divertir?
  • ¿Voy a aprender algo?
  • ¿Voy a ayudar a alguien?
  • ¿Voy a ganar dinero? (si tiene que ver con trabajo).

Si las dos primeras respuestas son no, es altamente probable que me abstenga de esa actividad, aunque en algunas ocasiones la idea de ayudar a una causa o a una persona con la que me identifico es suficiente motivación.

Hoy por hoy, un negocio que no disfrute no me interesa en lo absoluto. Si lo voy a disfrutar, es muy probable que aprenda algo, y eso ya sería ganancia. José “Pepe” Mujica (expresidente uruguayo) dice que cuando compramos algo no lo compramos con dinero, sino con el tiempo que invertimos para ganarnos ese dinero. Le encuentro todo el sentido del mundo a esa frase, pues el 100 % de las actividades que realizamos implican una inversión de nuestro tiempo, y el tiempo es algo que no podemos comprar, ni siquiera sabemos de cuánto tiempo disponemos. Es nuestro activo más preciado.

¿Cuál es nuestro martillo?

Estoy convencido de que todas las personas tenemos algo que ofrecer a nuestros seres queridos y a la sociedad, sin excepción alguna. Es nuestra obligación saber cuál es ese talento que nos va a mostrar el camino, es decir, nuestro propósito en la vida. No quiero sonar muy trascendental, pero pienso que una vida rutinaria de levantarse a trabajar, alimentarse y dormir no es una vida plena. Si bien es cierto que nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos, esa ecuación no cuadra.

Alguna vez escuché a Bill Gates decir en una entrevista que uno en la vida debe saber cuál es su martillo, y explicaba que, en su caso, su martillo es la tecnología. Lo que quería decir el señor Gates es que todos tenemos que saber cuál es la herramienta que nos permite solucionar problemas. En mi caso, creo que mi pasión, conocimientos y experiencia en estrategia y tecnología son el martillo con el cual ayudo a solucionar problemas.

Yo cambié mi enfoque profesional a los 50 años. Antes, durante casi 30 años, ayudaba a mis clientes a diseñar e implementar estrategias de mercadeo digital y ventas en línea, y le daba prioridad al tema estratégico. En la actualidad, me propongo aumentar el número de personas que disfrutan su trabajo, y le doy también mucha prioridad al propósito. El propósito no tiene que ver, necesariamente, con nuestra actividad profesional; alguien puede ser ama de casa y tener como propósito ayudar al medio ambiente o convertirse en un excelente miembro de familia. Aunque cambié mi enfoque, mi martillo sigue siendo el mismo.

Es fundamental que descubramos cuál es ese talento que nos permite aportar algo a la sociedad. Personalmente, creo que mi pasión por tener un propósito en la vida, una estrategia y una visión gerencial, combinada con mi gusto por expresar mi forma de pensar, me permiten despertar interés y motivar a la acción.

La verdad es que todos tenemos un propósito; lo que hay que descubrir es cuál es el nuestro. Debemos analizarnos, pensar en nuestras creencias. Lo que creemos nos va a ayudar a definir la forma en la que debemos comportarnos, y esto, de alguna manera, nos va a ayudar a definir nuestro destino.

Nuestra felicidad depende solamente de nosotros, y este estado de ánimo, a su vez, va a tener un efecto directo en la felicidad de nuestros seres queridos. ¡Vamos pa’lante!