Mahatma Gandhi pronunció unas palabras que durante muchos años las consideré una brillante forma de vivir. Él decía que debemos cuidar nuestros pensamientos porque se convertirán en nuestras palabras, debemos cuidar nuestras palabras porque se convertirán en nuestros actos, debemos cuidar nuestros actos porque se convertirán en nuestros hábitos, y que nuestros hábitos labrarán nuestro destino. Aplicando la ley asociativa: lo que pienses labrará tu destino.

Dos mil años atrás, Epicteto, un filósofo de origen griego que se convirtió en esclavo en Roma, decía algo que cuando lo leí me hizo cuestionar la sabiduría de la frase de Gandhi. Epicteto sostenía que nosotros, en realidad, no podemos controlar nuestros pensamientos, que solamente podemos controlar los juicios que emitimos de esos pensamientos.

Lo que yo interpreto de las palabras de Epicteto es que, así me lo proponga, no puedo decidir dejar de pensar en algo, pues habrá momentos en los que llegarán pensamientos que no deseo tener. Pero sí puedo decidir juzgar esos pensamientos en una forma que sea conveniente para mi bienestar. Por ejemplo, un suceso que nos genere dolor o rabia puede llegar a nuestro cerebro, pero podemos verlo como una experiencia de la que aprendimos y buscar formas de comprender a quien nos causó ese dolor. La verdad, pienso que debemos modificar la frase de Gandhi para que empiece así:  “Vigila los juicios que emites de tus pensamientos…”. 

La forma en la que nosotros nos relacionamos con los demás va a depender siempre de la calidad de nuestros pensamientos y juicios. Nosotros, como seres racionales y sociales, tenemos que asumir posturas en la vida que nos corresponden por naturaleza y otras que decidamos asumir. Por ejemplo, como padres, hijos o hermanos tenemos responsabilidades que nos asignó la naturaleza, pero también decidimos voluntariamente ejercer una profesión o hacer amigos en la vida, y estas decisiones implican una serie de responsabilidades.

El hecho de concentrarnos en los temas sobre los cuales tenemos control no implica que dejemos a un lado a los demás. Con frecuencia, las situaciones más complejas y difíciles son las que nos ayudan a aprender a vivir. Si, por ejemplo, un ser querido nuestro padece una enfermedad muy dolorosa, no podemos pensar solamente en el dolor que nos causa ver a esa persona porque eso nos llevaría a alejarnos. Lo que debemos pensar, según los estoicos, es que si nosotros fuéramos los enfermos desearíamos estar rodeados de nuestros allegados, lo cual nos llevaría a acompañar a ese ser querido. 

La mayoría de nosotros tenemos una familia, amigos y personas con quienes trabajamos. Por esa razón debemos entender que nuestros seres queridos no pueden ser indispensables, que nuestra tranquilidad y nuestro bienestar no pueden depender de la relación que tengamos con alguien. Incluso, cuando nuestros padres mueren, hay que ver ese momento de intenso dolor como parte de la existencia, hacer el duelo y retomar nuestra vida. Después de todo, muy probablemente, eso es lo que nosotros vamos a querer el día en que fallezcamos. Lo mismo debemos pensar de nuestra pareja. El famoso y carismático filántropo Jaime Jaramillo (Papá Jaime) empleó una frase que debe ser igual de válida para cualquiera de nuestros seres queridos, sin excepción alguna, para titular uno de sus libros: “Te amo… pero soy feliz sin ti”.

Me encanta la idea de pensar que nuestro destino depende únicamente de nosotros, especialmente porque hoy tengo la total convicción de que es así. Estar tranquilos, o incluso felices, es una decisión que tomamos todos los días. No es cuestión de tener o no problemas, deudas, vida social o negocios. Simplemente, debemos tomar la decisión de estar tranquilos y disfrutar la vida.