La solución a ese problema
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La solución a ese problema

Aquí es donde nuestra creatividad y nuestros conocimientos entran en juego. Ya sabemos que hay un problema real, que numerosas personas tienen ese inconveniente y que muchas de ellas están dispuestas a pagarnos por darles la solución. Ahora el reto es diseñar una solución que sea la que esas personas desean, que tengamos la capacidad de ejecutarla y que el precio que están dispuestas a pagar por ella nos permita ser rentables.

El mercado o las personas que tienen ese problema
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El mercado o las personas que tienen ese problema

Volviendo a nuestro ejemplo, es posible que un alto número de personas de una ciudad o de un país puedan beneficiarse de tener una estrategia en su vida y en sus proyectos. En este caso, el mercado objetivo puede ser muy grande, lo que hace necesario segmentarlo o dividirlo en grupos más pequeños. Podemos segmentar de varias formas: por datos demográficos, como el género o la edad, o también por datos geográficos o conductuales, por ejemplo.

Lo cierto es que no podemos —ni debemos— hablarles a todas las personas en la misma forma. Por ejemplo, convencer a un estudiante de ingeniería de la importancia de tener una estrategia es muy diferente de convencer a un aspirante a futbolista, a artista o a abogado. Igual, no es lo mismo hablarle a un hombre que a una mujer, o a una persona joven que a una adulta.

El problema que consideramos una oportunidad de negocio
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El problema que consideramos una oportunidad de negocio

Partamos de una premisa, que posiblemente la mayoría de las personas creemos correcta: solo las empresas que les solucionan problemas a sus clientes consiguen sobrevivir y crecer.

El problema que yo consideré que era una oportunidad de negocio es que la mayoría de las personas desarrollan sus proyectos basándose más en la intuición que en una estrategia.

Como había que validar que este problema fuera real, encuestamos a 450 personas, a las que les preguntamos si les parecía necesario recibir apoyo de un experto en estrategia y en gerencia para desarrollar sus proyectos de vida o empresa. El resultado no fue lo que esperábamos, porque el 94 % de los encuestados expresó que pensaba que no le hacía falta ese apoyo en estrategia y en gerencia.

La dicotomía del control
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La dicotomía del control

Ya les comenté que la filosofía estoica maneja un concepto muy poderoso que se llama la dicotomía del control, según el cual, básicamente, debemos ser capaces de diferenciar entre lo que podemos controlar y lo que no. Incluso va más allá y propone que debemos lograr la tranquilidad interior y la eficacia exterior. La primera, llamada ataraxia, consiste en lograr la tranquilidad, y la segunda consiste en alcanzar nuestros objetivos. Si analizamos estos conceptos, nos damos cuenta de que lo que proponen los estoicos es que podemos vivir tranquilos y lograr nuestras metas si somos capaces de diferenciar lo que controlamos y lo que no, y actuamos en consecuencia.

Rodeémonos de personas que nos ayuden a crecer
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Rodeémonos de personas que nos ayuden a crecer

Muchas conversaciones generan una alta dosis de responsabilidad y compromiso, particularmente cuando hablamos de temas trascendentales, ya que nuestras opiniones se convierten para nuestros contertulios en expectativas sobre nosotros, sobre nuestra forma de pensar y de actuar. En este sentido, la elocuencia puede ser una poderosa herramienta para lograr nuestros objetivos o convertirse en una peligrosa arma de doble filo. 

¿De qué depende nuestro destino? 
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¿De qué depende nuestro destino? 

Mahatma Gandhi pronunció unas palabras que durante muchos años las consideré una brillante forma de vivir. Él decía que debemos cuidar nuestros pensamientos porque se convertirán en nuestras palabras, debemos cuidar nuestras palabras porque se convertirán en nuestros actos, debemos cuidar nuestros actos porque se convertirán en nuestros hábitos, y que nuestros hábitos labrarán nuestro destino. Aplicando la ley asociativa: lo que pienses labrará tu destino.

Coherencia: seamos lo que esperamos que sean los demás
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Coherencia: seamos lo que esperamos que sean los demás

Desde que tengo uso de razón, he escuchado a muchas personas (hombres y mujeres por igual) hablar de lo difícil que es el matrimonio; unos en chiste y otros con total seriedad y convicción.

De hecho, cuando yo tenía unos treinta años, en una reunión familiar en la casa de mis papás, situada en un barrio en las afueras de Bucaramanga llamado Lagos del Cacique, alguien me preguntó cuándo me pensaba casar. Recuerdo que estábamos en una reunión muy divertida y la pregunta tenía un tono que combinaba trascendentalismo y algo de humor. Mi respuesta no requirió mucho análisis, simplemente contesté: “¿Cuál es el afán? La verdad, sigo pensando que no tiene ningún sentido casarse joven a sabiendas de que para la mayoría de las personas el matrimonio no es para nada fácil”.

SOBRE EL AUTOR
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SOBRE EL AUTOR

Soy Juan Carlos Dangond, un colombiano amante de la música, del fútbol y del cine, sobre todo si estos planes van acompañados del placer de cocinar. En particular, disfruto la cocina de carnes de cocción lenta a la brasa (especialmente la punta de anca o picaña de res o de cerdo), verduras al horno, arroces y salteados tipo tai o japonés. Uno de mis grandes placeres es entablar una buena conversación, acompañada en ciertas ocasiones de un gin tonic con algunas rodajas de pepino cohombro.